Gabriel
Alcoba. Foto: Alessandro Maradei.
Por Agustín Lucas
Jueves 10 de enero de 2019. – Gabriel Alcoba nació en
Paso de los Toros, “la cuna de O’Neill”, dice. Cuando su padre se quedó sin
laburo, la familia migró a Maldonado. Atrás quedaron los amigos de la
adolescencia, pero el fútbol surgió nuevamente como un conector en lo
desconocido. Primero fue el Peñarol de la vuelta de su casa, después el
Ituzaingó, donde pelearon campeonatos. Jugando en la selección lo vieron del
Peñarol de Montevideo: “Si sos de un club del interior generalmente te vas a
Peñarol con opción a compra. Me puse a estudiar química, pero no me daba la
cabeza con el deporte. Estuve sin jugar por un esguince, me fue mal y me volví;
obviamente no me iban a comprar, había jugado menos que poquito”.
En Maldonado empezó a estudiar educación física, y volvió
al Ituzaingó “para despuntar el vicio de jugar en Primera”. La carrera le
llevaba mucho tiempo; entre el ISEF y la práctica salía de su casa a las seis
de la mañana y volvía a las diez y pico de la noche. Pensó que definitivamente
ya no iba a jugar en el fútbol profesional: “Lo único que pedí en el club fue
una motito, para que me dieran los tiempos justos. Esa era mi paga”. Cuando lo
invitaron a probarse en la primera de Wanderers accedió para darle el gusto a
quien lo había recomendado. Se encontró con Daniel Carreño y con una generación
que hizo mella en las páginas del fútbol bohemio: el Chancho [Claudio] Dadomo,
Sebastián Eguren, Sergio Blanco, Juan Manuel González, Diego Bonilla, Diego
Irigoyen, Rodrigo Bengua. Hacía fútbol una vez por semana y le iba bastante
bien, y los fines de semana seguía defendiendo los colores del Ituzaingó.
Carreño lo recomendó al club para la pretemporada, pero se fue a dirigir a Nacional.
Otra vez era esquivo el sueño del pibe. Sin embargo, el Vasco Santiago
Ostolaza, quien lo tenía junado de los amistosos contra el Ituzaingó cuando
dirigía al Depor Maldonado, asumió como técnico bohemio y así se abrió un
periplo: “Me llevaron de jugar en el interior a la lista de la Copa
Libertadores. Creo que hasta llegué tarde a la concentración para jugar con
Boca en La Bombonera; no tenía idea de dónde estaba. En el partido de vuelta en
Montevideo entré en el segundo tiempo. Estuve cinco años en Wanderers, que para
el fútbol de hoy es un montón. No conseguía el traspaso del ISEF a Montevideo,
y entonces hice el curso de técnico. Siempre me gustó estar en otro ambiente
que no fuera el fútbol”.
Su hermano Gerardo era un “adolescente rebelde de Maldonado”
cuando empezó la historia con Wanderers. Lo trajo a prueba a Montevideo y
compartieron camiseta y apartamento unos cuantos años. Después cada uno siguió
el devenir de casacas que fueron pintando los años, que son como los colores de
las canas. Gabriel emigró a Ecuador para enrolarse en el Deportivo Quito,
mientras que su hermano tuvo que atravesar unos cuantos meses de sanción por un
doping positivo, antes de irse a Peñarol.
“No he visto muchos casos que salen positivo los dos
jugadores que van al doping [su hermano y Mathías Corujo], encima ese tiempo
habíamos pasado concentrados, tratando de meter a Wanderers en una
Libertadores. Terminaron comiéndose nueves meses. Yo ya estaba en Ecuador
cuando mi viejo me llamó para contarme. La pasé muy mal por no poder estar con
mi hermano en esos momentos. Fue una injusticia. Hoy en día le va muy bien,
pero llegó a sonar en el Real Madrid y en el Villarreal”.
En Ecuador Gabriel jugó en ese equipo que hoy ya no
existe; vivió esa otra realidad, un poco más de dinero, un apartamento, un buen
barrio. Arrancó jugando con Luis González de entrenador, pero cuando cambiaron
al técnico tuvo que apechugar, hacer valer su contrato. Hizo migas con
compañeros como Marcelo Palau, en la que fue la primera salida al exterior del tremendo
volante central yorugua, y con Leo Rivero, en una de las aventuras futboleras
de aquel nueve que supo ser goleador con la arachana del Cerro Largo FC.
“El destino de los futbolistas es incierto, y
generalmente no estás preparado. Salvo que en tu casa aprendas algún oficio, o
tengas la suerte de hacer algo. Yo tenía un compromiso moral con mi vieja de
estudiar; ella había hecho el ISEF, y además soy muy inquieto. Me gusta
estudiar, soy licenciado, soy técnico de fútbol, hice gestión deportiva y ahora
voy a hacer un máster. Invierto en educación. Y mirá que dejé varios años, la
arranqué en el 2000 y la terminé diez años después; en el medio pasó de todo,
hasta me citaron a la selección con [Jorge] Fossati, llegué a jugar un amistoso
en México. Fui haciendo materia por materia, pensando en tener una herramienta
para cuando me retirara del fútbol”.
De Ecuador volvió a Danubio para jugar la Copa
Libertadores. Tuvo una primera etapa que hizo que los dirigentes lo miraran de
reojo. Cuando empezó a repuntar se le terminó el contrato. En ese entonces su
hermano era dirigido por Mario Saralegui en Peñarol. El técnico habló con
Gerardo para traer a Gabriel y el sueño familiar subió a la cima de lo
impensado: los hermanos Alcoba volvían a cruzarse, esta vez con la rayada del
manya. Pero esa cosa platónica duró una semana: una patada en una práctica los
trajo a todos de un golpe a la realidad. “Tibia y peroné, me partieron al
medio. El dolor fue todo, hasta en el alma. Cuando sos futbolista vas perdiendo
cierta pasión, pero cuando vas a un equipo del que fuiste hincha toda tu vida
te afloran un montón de cosas, te vienen pensamientos de gurí, lugares que sólo
los pensabas de gurí. Tuve que aprender a caminar de nuevo. Volví a los ocho
meses, con un cambio de técnico en el medio. Gerardo jugaba, pero estaba muy
difícil la situación. No entré ni un minuto a la cancha. Estuvo muy complicado
para conseguir equipo. Cerrito me abrió las puertas, estaba el Flaco [Julio]
Balerio, que me tenía confianza. Entrenábamos en la cancha del Borro. Después
estuve en Central con el Pecho [Daniel] Sánchez, y ya me vine para Maldonado a
jugar, a terminar de estudiar y a dedicarme a mi profesión. Jugué en Deportivo
y en Atenas, y me retiré en Ituzaingó, el cuadro donde había arrancado”.
Así vivió la transición. Pidió un espacio en el club
donde nació futbolísticamente y proyectó un espacio de entrenamiento funcional
ligado al fútbol al cual concurrieron varios colegas amigos. Para en invierno
agarró las inferiores de un Deportivo Maldonado con muchas carencias. Se fue a
Atenas, entrenó la cuarta división cuando el Turco Apud agarró la Primera, con
un presupuesto muy acotado, y le pidió que fuera el preparador físico. Ganaron
seis partidos de siete, empataron el restante, zafaron de la crueldad de los
últimos puestos. Recalaron en Boston River e hicieron historia entrando en una
copa internacional. Coherente consigo mismo hasta en el error, fue confabulando
una filosofía de vida que es bastante parecida a su manera de ver el fútbol.
Está recién vuelto de su segunda vivencia internacional como profe, esta vez en
Honduras, luego de su primera experiencia en el exterior, que fue en la peruana
Universidad de San Martín de Porres: “El Piki [Jorge] Cazulo fue como mi viejo
allá. Es siempre enriquecedor ver costumbres diferentes, fútbol diferente.
Ahora vengo de estar en Honduras con Manolo [Manuel] Keosseian. Me dejó una
enseñanza muy grande, en un mes y medio aprendí cosas para toda mi carrera. Hay
muchas formas de entrenar, muchas formas de ver el fútbol. Yo tengo mi
filosofía: la filosofía de arriesgar, de ir al frente. Como dice Bielsa: ‘Lo
que nos gusta a todos cuando somos gurises’”.
Fuente: La Diaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario