Por José Morales Brum
Desde hace 18 años mantengo un fuerte y estrecho vínculo
con la comunidad venezolana en la diáspora. Eso comenzó en la isla de Lanzarote
(Islas Canarias), cuando yo residía en el archipiélago de las “islas
afortunadas”.
La primera toma de contacto con los venezolanos se dio a
través de los lanzaroteños que hicieron el camino de retorno a su tierra luego
que el comandante Hugo Chávez asumiera el gobierno del país caribeño. Luego, al
ser uno de los fundadores del Foro Intercultural de Lanzarote, el apego con la
comunidad venezolana fue inmediato, permitiéndome conocer mucho más de su rica
cultura e idiosincrasia.
Desde hace casi cinco años he ido construyendo un lazo
muy fuerte de hermandad y solidaridad con ciudadanos venezolanos en Uruguay,
cuando apenas era unos cientos de vecinos llegados a nuestro país. En el año
2018 di forma a un programa radial que se emitía todos los días viernes por la
tarde en una radio comunitaria de Tacuarembó llamado “En Contexto Venezuela” y
“Venezuela es chévere”. En diciembre de ese mismo año, desde este semanario promovimos
la realización de una charla – coloquio en Tacuarembó para abordar la crisis
humanitaria que viven los venezolanos a consecuencia de las políticas llevadas
adelante por la dictadura chavista.
Hago esta introducción para señalar que mi vínculo con la
comunidad venezolana no comenzó ayer, viene de mucho tiempo atrás y se ha ido
fortaleciendo cada vez más. Esto me permite conocer muchas cosas del noble y
laborioso pueblo venezolano, y como mencionaba antes, conocer bastante de su
cultura.
En Venezuela hay una frase muy popular que reza: “Con el
rancho en la cabeza”. Hablando con varios de mis amigos les consultaba del
alcance de esta frase. Ellos me decían que esa expresión hace referencia a
alguien marginal, vulgar, sin respeto, que indistintamente de su condición
económica o cultural, mantiene un comportamiento de burda chabacanería y falta
de civismo.
Un amigo me decía que las personas con “el rancho en la
cabeza”, no significan que tengan una mentalidad de pobre, porque esa condición
se puede superar con trabajando, con sacrificio y ahorrando.
En cambio una persona con el “rancho en la cabeza” adopta
una forma de andar por la vida sin responsabilidad alguna, que normalmente no
trabaja, es vividor, su dicción deja mucho que desear, no busca la manera de
superarse y sólo vive de chismes, de cuentos y holgazanería. Y en el caso que
trabaje, lo que gane no lo invierte en mejorar su condición, alimento sus
vicios.
Haciendo un paralelismo con un grupo de ciudadanos venezolanos que vivieron unos pocos meses en la ciudad de Tacuarembó, que luego se marcharon a Rivera y posteriormente a Brasil, terminando de volver a Tacuarembó, y su forma de comportarse, que en vez de aprovechar las oportunidades que tuvieron para superarse, las desecharon, de inmediato asocié esa forma de vida con aquellos que “llevan el rancho en la cabeza”.
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