Por José Morales Brum.
Vivienda
precaria en la que ahora vive una familia en Tacuarembó
Desde hace varias semanas vengo leyendo en las redes sociales a varios frenteamplistas que realizan comentarios al momento de compartir enlaces de noticias que hacen referencia al boom de turistas que viajan a diversos destinos del país en esta temporada estival. Y lo hacen en forma burlona, sarcástica.
El encabezado de esos enlaces casi siempre van
acompañados de la interrogante ¿Crisis, qué crisis?
En cierta forma es real que hay un segmento de población
en Uruguay que aún dispone de recursos para vacacionar dentro del país o en el
extranjero; pero por otro lado, otro gran número de turistas llegan de países
vecinos y de otros lugares. También existe cierta disponibilidad de créditos de
consumo que son usados por mucha gente, pero no es menos cierto que existe otro
grupo importante de personas que con sus escasos ingresos no se pueden permitir
unas vacaciones, y no son dos o tres, son miles.
En Tacuarembó como en otros lugares del país en donde el
cierre de muchas empresas ha dejado a miles de trabajadores sin empleo y para quienes subsisten
en el trabajo informal, en la precariedad, en el trabajo sub-contratado o en el caso de los
pasivos que sobreviven con míseras pensiones o jubilaciones, nunca les será
permitido acceder a esas posibilidades de salir de viaje durante 10, 15 o 20
días, pero de esto no les gusta hablar a esos frenteamplistas a los que me refiero.
Ellos viven en el acomodo y para ellos, estos ciudadanos no cuentan.
Pero por debajo del anterior grupo, están aquellos que
poco y nada tienen, los mismos que el maestro Eduardo Galeano mencionaba en su
poema “Los nadies”, los ninguneados por el sistema capitalista.
Hace uno días, me encontré con una familia que lo ha
perdido casi todo: trabajo, vivienda, pero menos su dignidad. No tienen más que unas lonas de
techo y unos plásticos para refugiarse de la intemperie, allí sobreviven con lo
que pueden recolectar o de la caridad de algunas personas.
Esta familia ha montado un refugio en las afueras de la
ciudad de Tacuarembó y allí sobreviven.
Para los burócratas y sus estadísticas, estas personas
constituyen simples números, estás personas no cuentan para aquellos “estómagos
agradecidos” enchufados en alguna institución pública o que gozan de la
posibilidad de tener un buen pasar económico.
A estas familias que la crisis las ha marginado, ninguno
de los que niegan la crisis y su efecto causante de pobreza, se acercan a
brindarle solidaridad.
Eso sí, desde la comodidad de sus confortables hogares,
se burlan preguntando sobre la crisis.
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