Un
pequeño con desnutrición severa reposa en la cama de un hospital en la ciudad
de Maracay, Venezuela. Foto: Yuri Cortez / AFP.
Por Mayra Martínez (*)
“Quien muere de hambre, muere asesinado”.
(Alberto Morlachetti).
Dolor de estómago, baja de energía, mal genio; es
probable que estés hambriento, en cuyo caso -y en la mayoría de ellos- basta
con ir a la heladera y tomar algún alimento que calme al protestante estómago.
Hay quienes tienen esos mismos síntomas y no pueden recurrir a la heladera por
saberla vacía, por saberla como dicen en mi país como “la Plaza Bolívar”,
dígase solo con luz y agua.
Esa sensación que punza desde lo más profundo, que muerde
las entrañas generando dolor y ante la que “los” que no tienen “… por sorber algo, sorben el viento”, se
llama hambre: necesidad -natural- de
comer, que hoy, entre tantas otras no puede satisfacer el venezolano.
El informe anual de la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), presentado en septiembre de
2018 señala que Venezuela es uno de los
dos países de América Latina en los que aumenta el hambre; 3,7 millones
de venezolanos están subalimentados, lo que representa aproximadamente el 12%
de la población, esto sumado a la falta de medicamentos e insumos
hospitalarios.
En la encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) 2017, se
desvela que la pobreza extrema aumentó en el país de 23,6 a 61,2 % en solo
cuatro años. El 80 % de los hogares presenta inseguridad alimentaria, el 8,2
millones de venezolanos ingieren dos o menos comidas al día. Durante 2017, la
población perdió, en promedio, 11 kilos como consecuencia de la severa escasez
de alimentos y la hiperinflación rampante, que el Fondo Monetario Internacional
(FMI) en su informe de perspectivas económicas globales prevé sea este 2019 de
10.000.000%.
El mundo hoy reconoce nuestra tragedia, y en actos
propios de humanidad ha enviado alimentos, medicina, suplementos, insumos, para
de alguna manera empezar a paliar la emergencia que nos consume, Nicolás en un
acto propio, del deshumanizado dictador que es, coloca barreras físicas al
ingreso de esta ayuda y de nuevo condena a muerte a miles de venezolanos para
quienes esta ayuda representa la última esperanza de vida.
Venezuela, la de la mayor reserva petrolera comprobada en
el mundo, hoy ve morir a sus niños y enfermos frente a la mirada inclemente del
tirano Nicolás, quien, habiendo creado este dantesco escenario, sigue
violentando el derecho humano a alimentación y la salud al tratar de impedir el
ingreso de la ayuda humanitaria al país. Hoy los que mueren por hambre o falta
de insumos médicos, no fallecen, Nicolás los asesina.
(*) Mayra Martínez es ciudadana venezolana, doctora en
Derecho y magíster en Educación. Reside y trabaja en Uruguay.
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